Último episodio publicado: 28 de abril de 2024


19 de julio de 2013

Primer Concurso de RetroRelatos de RetroManiac - Historias de bar



1º Concurso RetroRelatos de RetroManiac

Historias de bar, por Rubén Cougil

La puerta se abre. No hay mucha gente, el lugar es oscuro pero el ambiente es bueno. Se sienta en una butaca y apoya los codos en la barra. Enseguida es atendido por el dueño del local, que apoya una de las copas que estaba secando con un trapo gris.

- Buenas noches señor Hardest. ¡Que alegría volver a verle por aquí! ¿Va a tomar lo mismo de siempre?
- Sí, por favor. Pero no lo cargue mucho, estoy intentando dejarlo.
- Entendido señor. Supongo que no quiere que se repita lo de la última vez.
- No me lo recuerdes, anda, Fred. Aún estoy pagando los destrozos de mi primera nave. Ya casi no me queda dinero.
- No se preocupe, hoy irá flojito.

Fred es el dueño del local. Un hombre viejo y flacucho. Viste unos andrajos propios de la época medieval, de esos que se llevaban debajo de una armadura, que en estos momentos de su vida, no sería capaz de soportar. Se gira, coje un vaso, le echa un par de cubos de hielo. Un tercio de whisky y dos tercios de agua.

- Cuénteme, señor Hardest. ¿Dónde ha estado todo este tiempo?
- Pues no te lo vas a creer Fred, pero he estado en el sur de Manhattan. Me he metido en otro lío bien gordo, pero al final, no sé ni cómo, he vuelto a salir airoso.
- Está claro que es usted un tipo con suerte. Cuando yo era joven no me gustaba meterme en trifulcas innecesarias, pero una vez secuestraron a mi prometida y tuve que asaltar yo sólo, con la ayuda de mi espada y mi armadura, un castillo prácticamente impenetrable. Pero eso fue hace mucho tiempo, y por fortuna todo terminó bien. De todas formas, es mejor no tentar a la suerte, señor Hardest.
- Creo que no puedo evitarlo Fred, soy como una especie de imán para los problemas...

La tranquila noche y la calma del local se truncaron en un segundo. La puerta del bar se volvió a abrir, pero esta vez de una forma mucho más brusca. Un hombre mojado, con un especie de boomerang en el cinturón y ropa de color caqui, entró en el bar y suspiró fuertemente.  Su rostro era de evidente alivio... como si en lugar de llegar a un bar normal, hubiese alcanzado el mismísimo nirvana. Se quitó el sombrero, agarró uno de los taburetes que estaban al principio de la barra y gritó:

- ¡Por favor, camarero! ¡Una jarra de cerveza bien fría! ¡Lo necesito!

Fred, el barman, lo miró con desconfianza. Empezó a llenar una gran jarra con cerveza fría de barril y preguntó.

- Parece usted fatigado. ¿Qué le trae por aquí?
- Jajajaja, mi querido amigo. ¡Lo he conseguido! ¡Yo, Henry Stanley, lo he encontrado!
- ¿Perdone?
- ¡He encontrado al mismísimo Livingstone! Hace tan solo unas horas que lo he dejado en el hospital recuperándose. Pero ¡Ay, amigo! Yo necesitaba otro tipo de medicación. He estado un mes perdido en África buscándolo. Pero lo he encontrado. Sí, sí. Seré un explorador famoso en todo el mundo. No sabe usted la cantidad de amenazas a las que me han sometido esas malditas tribus salvajes.

Freddy (que era el nombre de pila del señor Hardest) giró la cabeza, pero mantuvo su posición afianzada en la barra y masculló:

- Pues vaya cosa... se ha jugado la vida por alguien que no conocía personalmente y ni siquiera sabía si estaba vivo o no.
- Amigo, ¿Puedo saber su nombre?
- Hardest, Freddy Hardest.
- Descubrir lugares que no ha pisado el hombre civilizado y mostrar al mundo mis descubrimientos son mis objetivos vitales. ¡Soy un explorador! Y el señor Livingston tiene mucho que contarnos todavía sobre su estancia allí cuando se recupere.

De pronto, un taburete se arrastra al otro lado de la barra. Aquella zona estaba totalmente oscura, cerca del billar y la zona de juego. De la sombra sale una mujer espectacular. Alta, rubia de pelo largo y brillante y vistiendo un conjunto futurista que acentuaba sus voluptuosas curvas y su espectacular figura. Fred sonrío con familiaridad, pero el señor Hardest y el aventurero Harley se quedaron pasmados con la boca abierta. Freddy exclamó:

- ¡Madre de Ternat! ¿Pero de dónde sales, cariño? ¿Cuánto tiempo llevas ahí? Y oye, creo que puedes bajar ese arma, me está poniendo realmente cachondo.
- Te crees muy gracioso. ¿No, rubito?
- Caballeros, déjenme que les presente a Selena. Viene muy a menudo y siempre se sienta en esa esquina. No le gusta mucho que la molesten. Solo permite que le hable su compañero. Al parecer, el tipo estuvo mucho tiempo secuestrado en la luna 4 de Phantis y ella solita se encargó de liberarlo. Pero él no suele venir mucho.

Selena no dejó el arma. Parecía como si siempre tuviese que tenerla encima. Incluso en las situaciones en las que no corría verdadero peligro. Henry sonrío ampliamente haciendo que su espeso bigote gris se estirase. Ella habló.

- Me marcho Fred, es tarde y he bebido demasiado.

Los tres miraron embobados mientras la espectacular dama abandonaba el bar y se adentraba en la noche y en la lluvia. La puerta no se cerró completamente cuando una extraña figura, que no alcanzaba los tres palmos del suelo, entró, se quitó su empapada gabardina y la tiró encima del perchero. Hizo lo mismo con el sombrero.

- ¡Pero qué demonios es esta cosa! No he visto nada parecido en mi vida. De lo que estoy seguro es que africano no es.
- Cierra esa boca, viejo, o te la cerraré yo de un puñetazo. No busco problemas, pero estaré encantado de hacerte besar el suelo si vuelves a referirte una sola vez más a mi aspecto físico.
- Lo siento señor, pero es que...

El extraño personaje se subió a duras penas a un taburete que estaba equidistante a los de Freddy y Harry. Era, literalmente, una bola amarilla con dos cortas piernas y dos cortos brazos. Su rostro era una caricatura. Pero lo que sin duda, llamaba más la atención era su enorme nariz redonda y alargada. Giró su cabeza-cuerpo hacia uno de los lados, y después al otro y dijo:

- Hola Fred. Ponme un trago. El de siempre, pero doble. Hoy no estoy para bromas.
- Vaya, su voz me suena... usted es... no, no puede ser.
- Sí, Fred, soy yo, Johnny.
- ¿Johnny? ¡Señor Jones! ¿Es usted? No puedo creer lo que ven mis ojos. ¿Qué le ha pasado? Está usted como... diferente.
- Lo se, lo se. Maldita sea. ¡Me he convertido en una asquerosa pelota con una nariz gigante! No me hace ninguna gracia, y como esos dos se sigan riendo entre dientes les partiré la cara.  Lo juro.
- Cálmese. Cuénteme qué le ha pasado.
- Ese maldito egipcio me engañó y me echó una maldición. Al día siguiente, cuando me desperté, tenía este aspecto. He estado investigando y solo hay una manera de solucionarlo.
- ¿Tiene solución? ¿Puede volver usted a su estado normal?
- Sí. Sí puedo. Pero he de adentrarme en la pirámide de  Abu Simbel y llegar hasta su tumba. Justo ahí está el remedio contra este embrujo. Me han dicho que nadie ha conseguido llegar hasta el final. Pero tendré que intentarlo..

Freddy, que todavía tenía en su rostro esa sonrisa que tenemos cuando estamos a punto de explotar de la risa, comentó:

- Espero que no tengas que subirte a cornisas muy altas, Johnny.

Y ahora sí. Las carcajadas de Freddy y Henry retumbaron en las paredes del local. Johnny apretó los dientes, estrechó el vaso en su puño y le dio un largo y profundo trago.

- Tengo lo que hay que tener para llegar hasta la tumba. Y cuando lo haga, volveré aquí y os patearé el culo. Os lo juro. Además, estoy esperando a una gente que puede ayudarme. Tendré que convencerles para que viajen conmigo. ¡Vaya! Parece que han llegado ya. Justo a tiempo.

Y otra vez la puerta se abrió, pero esta vez mucho más lentamente. La lluvia fuera no cesaba. Un chico flacuchón de gafas redondas entró tñimidamente. Primero asomó medio cuerpo, echando un vistazo al interior del local.  Vio a Johnny y entró.

- ¿Esa es su arma secreta?. ¡Un adolescente!. ¿De verdad cree que con su ayuda podrá superar los peligros de Abu Simbel? Está completamente loco... es mejor que se vaya acostumbrando a ese sombrero y a esa gabardina. Opino que esta situación irá para largo... si es que no muere si decide finalmente intentarlo.

Henry, más que mofarse de la situación, sintió pena del asustadizo chico. Así que estas palabras salieron de su boca de una forma natural, carente de ironía.

- ¡Mot! Entra, vamos, no te van a hacer daño. Quizás el bueno de Fred te ofrezca algo de comer. Aquí no tienen televisión, así que no tenemos que preocuparnos por nada. Te abriré, tendrás que hacer un pequeño esfuerzo para pasar por un sitio tan pequeño.

Así fue, Leo, que así es como se llamaba el joven, abrió la puerta y un enorme y desnudo cuerpo marrón ocupaba todo el marco. La criatura bajó la cabeza, ya que pasaba al menos un metro del borde de la puerta y se asomó para ver el interior. ¡Era un monstruo! Con unos pequeños cuernos y una boca enorme con pocos e irregulares dientes. Parecía que sonreía. Pero no articulaba palabra. No sabía hablar. Entró con dificultades ya que era enorme. Casi tan grande como él, su cola entró también. Johnny sonrió.

- Aquí estás Mot. Gracias Leo por venir, tengo que pediros un favor. Ya sabréis de lo que hablo si habéis leído mi carta. Como véis, no soy el mismo. Me han echado una maldición y necesito vuestra ayuda. ¿Vendréis conmigo?

La criatura miró primero con extraña delicadeza a Leo y después con desconfianza a Johnny. Leo dijo con un hilillo de voz:

- Sí. Te ayudaremos. ¿Cual es el plan?

Parecía preparado de antemano, pero en realidad, que tanto Freddy como Henry pegasen un brinco de sus taburetes había sido una interesante coincidencia. Se acercaron a esa pequeña bola nariguda. Henry fue el primero en hablar. Fred también se acercó y escuchó con atención.

- Querido Johnny. Su situación es complicada. Pero, ¿sabe qué? No se preocupe. Presiento que tanto este apuesto playboy espacial, como el viejo Sir Fred que antaño empuñó una espada, y este servidor que todavía sabe utilizar el látigo con destreza, podrán ayudarle. Quizás el chico y su monstruo no deban arriesgarse. Todavía son jóvenes. Nosotros le acompañaremos. Partiremos mañana temprano, si usted está de acuerdo, claro.

Freddy y Fred asintieron con la cabeza. El chico respiró aliviado. Mot no entendía nada de nada. Johnny empezaba a emocionarse y sus grandes ojos saltones se humedecieron. Estaba agradecido, pero no lo decía. Las tenues luces del bar impregnaron aquellos rostros.
Era el momento de otra nueva aventura. Pero claro, no podría haber sido de otra manera.

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