Último episodio publicado: 2 de julio de 2024
19 de julio de 2013
Primer Concurso de RetroRelatos de RetroManiac - Un trabajo peligroso
1º Concurso RetroRelatos de RetroManiac
Un trabajo peligroso, por Carlos Climent Lorente
¡Maldición! Quién me mandaría alistarme en aquella misión a Marte. Era un trabajo sencillo, me dijeron, sólo has de vigilar las instalaciones de la UAC. Sentarte en la sala de vigilancia y supervisar que todo vaya bien.
Y así fueron los primeros días, los científicos no daban muchos problemas, se centraban en sus asuntos, casi no me dirigían la palabra. El resto de de habitantes no dieron tampoco muchos problemas, como mucho algún altercado en algunos de los bares.
Nunca supe qué estaban investigando, tampoco me interesó. A mí todos esos rollos científicos y matemáticos me la traen al pairo, tú dame una arma y te mostraré lo mejor que sé hacer. Sólo sé que todos parecían muy nerviosos, excitados con lo que tenían entre manos, como si jugaran con algo que se escapara de su comprensión.
¡Y tanto que se les escapaba! ¿Por qué jugaron con fuerzas que desconocían? Con sus malditos experimentos abrieron una puerta hacia el mismísimo infierno. Todavía recuerdo los primeros gritos de agonía, el sonido de huesos y carne desgarrándose, el olor a azufre.
De hecho, hacía pocos minutos de aquello, aunque pareciera años. Como jefe de seguridad intenté contener las fuerzas demoníacas lo mejor que pude, pero mis hombre fueron cayendo uno a uno ante aquellas feroces criaturas. La mayoría de ellos sufrieron muertes espantosas, siendo desmembrados y devorados por engendros infernales.
Armado con sólo una pistola, me dispuse a recorrer los silenciosos pasillos. Lo peor parecía haber pasado, no había ni un alma en aquel lugar, ningún sonido conocido o desconocido. Giré a mi izquierda y vi una armadura militar. La cogí, seguro que la iba a necesitar.
Me dispuse a abrir la puerta que estaba delante mío, sin saber qué me podía deparar detrás de ella. ¡Maldita sea! ¡Los cadáveres de mis hombres estaban poseídos por aquellas fuerzas infernales!
Rápidamente empezaron a disparar sus rifles contra mí. Por suerte, ya no razonaban y actuaban como autómatas, así que gracias a mi entrenamiento militar puede eliminarlos sin problemas.
Aun así, la suerte no estaba conmigo. Intenté arrancar los rifles de sus gélidas manos sin conseguirlo, lo agarraban con fuerza sobre humana. Debía continuar con mi fiel pistola.
En la siguiente sala me esperaba un demonio. Alto, con una mirada que podía hacerle uno perder el juicio. Sus ojos irradiaban odio hacia la humanidad, su único fin era destruir todo abismo de vida.
Por si fuera poco, ese demonio tenía la capacidad de tirar bolas de fuego. Desde las palmas de sus manos era capaz de invocar fuego del mismísimo infierno y lanzarlo contra sus enemigos. Esquivé como pude las bolas de fuego y empecé a disparar como un desgraciado.
Las balas no parecían hacerle nada aquella criatura. Descargue todo un cargador contra su pecho y siguió igual, sin inmutarse. Cuando todo parecía estar perdido, sucumbió ante las balas. Perfecto, podía matar a los demonios pero necesitaría algo más potente que mi pistola.
En las siguientes salas encontré más marines poseídos, que no me dieron excesivos problemas. Al ser cadáveres reanimados, no tenían mucha agilidad y era fácil eliminarlos, sobre todo para un soldado experto como yo.
A la salida de la instalación, me encontré de nuevo con dos demonios más. Sabía que nada podía hacer contra ellos, así que los esquivé como pude y corrí hasta la puerta de salida. Mi próximo objetivo, el laboratorio más cercano.
Éste parecía también estar abandonado. De nuevo no había nadie allí, aunque podía escuchar el gruñido de algún demonio a lo lejos. ¡Asquerosas criaturas, roncaban como cerdos!
Tenía que conseguir otra arma como fuera, así que me dispuse a buscar por la instalación. Por suerte, cerca de la entrada había un ascensor que llevaba hasta una caseta de guardia. Allí encontré balas y una escopeta. Esos demonios iban a descubrir quién era yo.
Nada mas apareció el primer demonio, apreté el gatillo de la escopeta. Como esperaba, la potencia de ésta hizo que el torso de la criatura reventara en mil pedazos. Ahora podía enfrentarme a ellos en igualdad de condiciones.
Los demonios iban cayendo mi paso, nada podían hacer contra mi poderosa escopeta. Cierto es que me llevé alguna herida que otra, pero gracias a los botiquines que había dispersos por los laboratorios pude curarme.
Cuando nada parecía poder parame, me encontré un nuevo tipo de demonio. De color rosado, era más alto que un ser humano. Por suerte, esta criatura parecía no disparar ningún tipo de proyectil, pero sus poderosos músculos y dentadura era suficiente para destrozar a un ser humano en pocos segundos.
Además necesitaba varios cartuchos de escopeta para morir. De hecho, en un par de ocasiones estuve a punto de morir presa de sus garras. Muy malherido, logré acabar con aquella criatura de color rosado, que bautizaría como "Pinky".
Necesitaba descansar y meditar un rato, así que después de asegurarme que la zona estaba libre de enemigos, me senté en el suelo. ¿Si un simple enemigo casi me había aniquilado, como iba a hacer frente a todo un ejército de demonios?
En más de una ocasión estuve a punto de desistir, pero algo me impulsaba a seguir adelante. A cumplir mi misión, como si fuera un héroe de película, yo sólo podía evitar la catástrofe.
Así que use el botiquín más cercano y proseguí mi camino. Eliminando enemigos sin parar, cada vez más duros y peligrosos. Me enfrenté a más marines poseídos, demonios gigantescos que escupían bolas de energía por la boca e incluso a calaveras voladoras.
Ni os podría decir las veces que estuve a punto de morir. Cada paso, cada minuto, cada segundo podía ser el ultimo de mi existencia. Pero de algo me animaba a seguir, a cumplir mi objetivo.
Pasé de un laboratorio a otro, eliminado a todos los enemigos que podía. Recogiendo cada vez armas mejores, como fueron una metralleta, un lanzacohetes e incluso un rifle de plasma. ¡Dios bendiga esas armas! Sin ellas no hubiera podido continuar adelante.
Cuando llegué al final de mi viaje, descubrí el origen del portal. En Marte había parecido una dantesca construcción, un templo dedicado a la más perversa depravación.
Sin lugar a dudas, de allí venían los demonios. Así que me dispuse a entrar. El lugar estaba lleno de cadáveres mutilados, grabados con imágenes de Lucifer y demás depravaciones.
Curiosamente también estaba lleno de munición y armas. Recogí todo el armamento que pude y entré en la sala central, dispuesto a patear el culo de aquellos demonios inmundos. Cuál fue mi sorpresa descubrir que aquella sala estaba repleta de lava y ver que desde dos pilares aparecieron dos nuevos demonios.
Nada más verlos supe que nada tenía que hacer contra ellos. Eran gigantescos, midiendo más de tres metros, de aspecto feroz, eran la mismísima imagen de Satán. Empecé a dispararles con todo lo que tenia, pero ni siquiera les hice ni un rasguño.
Una de aquellas criaturas se giró y me miró con todo su desprecio. Supe qué quería decir aquella mirada, iba a matarme de la manera más cruel posible. La criatura empezó a invocar una bola de plasma verde y me la lanzó directamente a la cara.
Iba a morir en aquel instante, todos mis esfuerzos no habían sido inútiles. Iluso de mi, ¿cómo un simple ser humano iba poder evitar el mismísimo apocalipsis?
De repente, el tiempo se paro. Justo cuando la bola estaba a unos escasos centímetros de mi cara, ésta se quedo congelada en el aire. Una voz, que en aquellos momentos me pareció celestial, apareció de entre los cielos.
¡Juan, ven a cenar! Dijo aquella voz. Sí, aquello era mi salvación, Juan dejaría de jugar por hoy y yo volvería a descansar entre los circuitos del PC. Qué razón tenía mi madre cuando me dijo que no aceptara un puesto de trabajo como protagonista de DOOM.
La fama y la gloria me cegaron. Nadie en su sano juicio aceptaría un trabajo tan peligroso. Ya lo decía mi padre que tenía que haber hecho como mi hermano Guybrush y presentar mi candidatura como personaje en una aventura de LucasArts.
Un trabajo sin peligros ni sobresaltos, sólo tener que preocuparme de resolver complicados puzzles y nada más. Pero como nunca fui un cerebrito, preferí tirar por el camino de la acción.
Siempre me quedará el consuelo de mi primo Sir Graham. El sí que tiene un trabajo jodido, he oído que en las aventuras que protagoniza, de una compañía llamada Sierra On-Line, muere cada dos por tres y de las maneras más tontas.
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